Presentado en el I Simposio de la Sección de Estudios del Cono Sur (LASA)
Santiago de Chile, agosto de 2015
“La utopía en ruinas: el hospital Ochagavía”
una ruina incompleta
Parece superfluo llamar a una ruina “incompleta”: ¿no es parte de la definición misma de ruina ser una estructura a la que le falta algo? Una ruina siempre debe perderse la plenitud: está descompuesta, desintegrada, deteriorada, destruida, imperfecta. De ahí el énfasis abrumador en la negatividad o negación (en todos los sentidos de la palabra) en la mayoría de las reflexiones sobre ruinas: se asocian con la pérdida, con la nostalgia, con la ausencia, con todas las formas en las cuales la ruina no llega a estar completa. Una y otra vez, el acento se pone en lo que no está, en lo que falta y solo puede evocarse con la imaginación o la memoria. En el mejor de los casos, la ruina evoca fantasmas, espectros, sueños o promesas: complementos insustanciales de su materialidad bruta e inútil. Una ruina es una estructura que tiene que completarse por otros medios: a través del discurso, de la narración, de los relatos. Parece pedir la intervención de la arqueología, la historia o la política para que nos cuenten lo que significan esos fragmentos, cuál es el todo al cual no pueden unirse por sí mismos. De hecho, una ruina solamente se convierte en ruina (en vez de una serie de partes desvinculadas) una vez ha sido asumida por esas formas discursivas. Al estar incompletas, las ruinas no pueden hablar por sí mismas y tienen que ser explicadas; requieren un suplemento que les asegure su representabilidad. Necesitan algo más. De este modo es cómo las ruinas vienen a ser la imagen misma de la dependencia de lo material en lo inmaterial, de la promesa narrativa de compensar la pérdida por otros medios, de la subordinación de lo real al mundo. Es la imagen misma de la hegemonía, del modo en que los fragmentos disociados se articulan en una cadena significante para dar la ilusión de totalidad.
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